las formas en las que una subida de tipos afectaría al bolsillo de los ciudadanos

La teoría académica y las experiencias pasadas aconsejan ir tomando nota: el dinero rentará más, el empleo crecerá menos y las hipotecas serán más caras

Los buenos datos de empleo y la elevada inflación han redoblado la presión para que el Banco Central Europeo (BCE) aumente los tipos de interés. Pese a que el regulador aún no ha tomado una decisión al respecto, la puerta está abierta y los mercados descuentan ya dos incrementos para este año, desde el 0% actual. La prudencia es máxima, y el precedente del ‘error Trichet’, que aceleró la crisis del euro en 2011, pesa. Si finalmente hay subida de tipos, las economías familiares notarán las consecuencias. Estas son las formas en las que la nueva política monetaria puede afectar al bolsillo de los ciudadanos.

Más poder adquisitivo

El principal motivo para una subida de los tipos de interés es el control de la inflación. La tasa de variación de los precios en las economías del euro cerró el año en un 5,1%, sensiblemente por encima del consenso del mercado. El dato, conocido esta semana, ha envalentonado a los llamados halcones, que piden el regreso cuanto antes a una política monetaria menos expansiva. Casos como los de Venezuela en los últimos años o Alemania durante el periodo de entreguerras demuestran que una inflación descontrolada desestabiliza toda la economía. Por tanto, el primer efecto de un alza de tipos que ayudase a controlar los precios es preventivo: se trata de evitar la espiral que llevaría, en última instancia, a la recesión, el aumento del paro y el empeoramiento de las condiciones de vida.

Una subida de tipos que ayudase a controlar la inflación frenaría la sangría en el poder adquisitivo de los salarios

Sin embargo, llegar a esos extremos es muy poco probable, incluso aunque se mantuviese la política de dinero barato. La existencia de una moneda fuerte —aunque cada vez menos—, como el euro, de un banco central independiente frente a las tentaciones políticas para devaluarla y de una población estancada y envejecida, con más propensión al ahorro que a la inversión, hacen que la preocupación de los economistas durante los últimos años estuviese más próxima al estancamiento secular que al descontrol de precios. No estamos en los años setenta: la subida de la energía ha provocado una «inflación coyuntural», insiste el BCE, pero difícilmente podría conducir a un caos económico a medio plazo. No en vano, la inflación subyacente, que excluye los elementos más volátiles, se sitúa actualmente en España en el 2,4%, frente al 6% de la general.

Esto no significa que la situación de los últimos meses esté resultando inocua para los hogares. En un momento en el que la renta disponible todavía se encuentra un 2,2% por debajo de los niveles pre pandemia, la inflación ha dado la puntilla a muchas economías familiares. En 2021, los salarios subieron la mitad que los precios —los ligados a convenio se incrementaron de media un 1,47%, frente al 3,1% del IPC, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) —, por lo que el poder adquisitivo se resintió, incluso para los privilegiados que consiguieron mantener sus ingresos durante la crisis. Esto tiene importantes consecuencias para el consumo, que tampoco se ha recuperado aún. Una subida de tipos que ayudase a controlar la inflación frenaría esta sangría en el poder adquisitivo de los salarios.

Además, tendría efectos positivos sobre la igualdad, muy tocada en España desde la Gran Recesión y casi hundida tras la irrupción del coronavirus. No hace falta ser economista para saber que la inflación se ceba especialmente con los más pobres, que no tienen capacidad de ahorro y, por tanto, no pueden protegerse de ella a través de la inversión en vivienda o activos financieros. Si habitualmente ya llegabas justo a fin de mes y ahora tienes que pagar mucho más por la luz, el escaso remanente que te quedaba para el consumo se ha esfumado. Un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo demostró que un incremento del 1% en la inflación aumenta el porcentaje de hogares con bajos ingresos en torno a un 7%. En ese sentido, ellos serían los más beneficiados por una subida de tipos, siempre y cuando no estuviesen endeudados, como se explicará más adelante.

Menos creación de empleo

Sin embargo, no todas las noticias son positivas. Pese a que un alza de tipos estabilizaría la economía, también podría llegar a asfixiarla si no se hace con tiento. Hasta ahora, la política monetaria y la fiscal han ido de la mano para generar un círculo virtuoso: el BCE financiaba a los gobiernos a precio de saldo para que estos pudiesen emprender los mayores planes de estímulo de la historia. Y algo similar ocurre con el sector privado: a más dinero barato, más préstamos, más inversión y mayor crecimiento económico.

Todo esto a costa de un espectacular incremento de la deuda, que en el caso de España adquiere proporciones bíblicas: somos el segundo país del mundo donde más ha crecido el pasivo privado y público en los últimos dos años, y en el caso de este último se suceden los récords. A los políticos les importa poco. Como dijo el célebre economista John Maynard Keynes: «En el largo plazo, todos estaremos muertos». O, al menos, habrán pasado las próximas elecciones.

Pero eso no hace desaparecer el problema. Aunque ya no hablemos de la prima de riesgo, la deuda sigue ahí. Su sostenibilidad se encuentra artificialmente apoyada por la política del BCE, que lo compra (casi) todo. Sin embargo, en marzo finalizarán las adquisiciones netas de activos, lo que encarecerá las emisiones del Tesoro. Endeudarse ya no saldrá tan barato, como demuestra la reciente escalada de la prima de riesgo —que mide el diferencial de rentabilidad del bono español a 10 años en relación con el ‘bund’ alemán— ante la expectativa de un cambio en la política monetaria. La última vez que aumentaron los costes de la deuda fue al inicio de la Gran Recesión, cuando el entonces presidente del regulador europeo, Jean-Claude Trichet, decidió subir tipos y los estados del sur se tuvieron que apretar el cinturón. Después llegó Mario Draghi y lo arregló todo con su célebre ‘whatever it takes’ (cueste lo que cueste). Pero esa ya es otra historia.

A España el ‘error Trichet’ le costó un rescate, unos recortes brutales en sanidad y educación y una recesión económica de la que nuestro país nunca se llegó a recuperar del todo. Evidentemente, la situación actual, con una inflación desbocada, un déficit público que solo se ha disparado coyunturalmente a causa de la pandemia, un mercado laboral que se ha recuperado muy rápido y los fondos europeos en camino, no tiene nada que ver con la 2011. Por eso hasta las palomas asumen que tarde o temprano habrá que subir los tipos. Pero lo que ocurrió hace una década nos da algunas pistas de las consecuencias que podría tener para la economía española una política monetaria restrictiva: menos inversión, menos crédito, menos actividad económica, menos crecimiento… y, en última instancia, la reaparición de un viejo fantasma llamado paro.

En la cadena de factores que es la economía, la actual burbuja de liquidez ancla el empleo de muchos españoles

En la cadena de factores que es la economía, la actual burbuja de liquidez ancla, en buena medida, el empleo de muchos españoles. A diferencia de lo que ocurre en otras naciones europeas con un modelo productivo menos dependiente del ciclo económico, nuestro mercado laboral es muy elástico al crecimiento. Según un informe del Banco de España elaborado justo antes de la irrupción de la pandemia, el país necesitó un aumento anual del PIB de alrededor de un 0,8% para crear empleo durante la fase expansiva que se extendió entre 2014 y 2019. Antes de la crisis de 2008, esa cifra se elevaba al 1,2%. La reforma laboral del PP ayudó a matizar la dependencia, pero la mayor rigidez de la contrarreforma impulsada por el actual Gobierno de coalición podría volver a exacerbarla.

Es cierto que las previsiones del Ejecutivo y de los principales organismos internacionales se sitúan muy por encima de esas cifras, por lo que el consenso es que España siga creando empleo al menos durante los próximos dos años. Pero no cabe duda de que una subida de tipos que ralentizase el crecimiento frustraría las expectativas de muchos trabajadores para incorporarse al mercado laboral, especialmente de los más jóvenes. Y todo ello en un momento en el que el número de horas trabajadas sigue por debajo de los niveles prepandemia y todavía hay más de 100.000 personas en expediente de regulación temporal de empleo (ERTE). Una cosa es subir tipos en Estados Unidos, con un paro del 4%, y otra en la zona euro, donde la política monetaria común impacta de forma desigual sobre mercados laborales diversos. Ahí está la clave de la prudencia que ha mantenido el BCE hasta ahora. España, que lidera el paro en el bloque, sería uno de los países más perjudicados por un cambio de rumbo.

Hipotecas más caras

No hace falta hacer cábalas macroeconómicas para saber que un golpe de timón desde Fráncfort afectaría al bolsillo de los ciudadanos. Los tipos de interés son, ‘grosso modo’, el precio al que el Banco Central Europeo presta el dinero a las entidades financieras, por lo que se utilizan como referencia en las principales operaciones que realizan estos agentes económicos. Como ocurre en cualquier mercado, si los costes aumentan, aumenta el precio. En este caso, si la financiación de la banca se encarece, los servicios que ofrece a sus clientes también lo harán. Normalmente, las entidades financieras acaban ganando, porque el tipo del activo (créditos e hipotecas) pesa más que el del pasivo (depósitos). El margen de intermediación se incrementa y los perjudicados son los ciudadanos.

El caso más evidente es el de las hipotecas. Cualquiera que tenga más de cincuenta años recordará las condiciones leoninas de los préstamos para la adquisición de una vivienda, con intereses que superaban en algunas ocasiones el 20%. No van a regresar los locos ochenta, pero lo cierto es que una subida de tipos del BCE volvería a llevar al euríbor a tasas positivas seis años después. De momento, las principales casas de análisis, como Bankinter, consideran que seguirá en negativo, y Moody’s aventura que esta situación se prolongará al menos hasta 2030. Pero ambas previsiones no incluyen en la ecuación el alza de tipos, por lo que quedarían en papel mojado si se confirma el giro que se ha empezado a advertir tras la última reunión del BCE.

Si el euríbor aumenta, se encarecen las hipotecas. Este indicador es la referencia para el cálculo de las de tipo variable, mientras que aquellos que las tengan a tipo fijo no se verían afectados, al mantener el interés pactado en su momento con su banco. Sin embargo, quienes negocien nuevos préstamos para la adquisición de vivienda también serían penalizados en caso de que el BCE finalmente diese el paso, ya que el rédito para las entidades, que no ha parado de bajar durante los últimos años, se incrementaría. Como compensación, quienes tengan depósitos verían mejorada su rentabilidad, lo que podría suponer un incentivo al ahorro.

La renta fija recuperaría atractivo gracias a la mayor rentabilidad de los bonos. Ya está pasando

Aunque de una forma más incierta, la lógica económica también indica que habría un cambio en las preferencias de inversión: una subida de tipos perjudicaría a la renta variable, especialmente en los sectores más volátiles, como se ha visto con los desplomes del Nasdaq en el inicio de año. Ayudaría, así, a pinchar la burbuja tecnológica, en favor de otras opciones como la banca, que ha celebrado esta semana el cambio de humor en Fráncfort. Por contra, la renta fija recuperaría atractivo, debido a la mayor rentabilidad de los bonos. Ya está pasando, pero nadie puede garantizar que no se trate de un espejismo.

De hecho, todo lo expuesto en las líneas anteriores es un ejercicio de economía-ficción. No sabemos ni cuándo subirán los tipos ni cuántas veces. Y en el devenir influirán otros muchos otros factores, desde la evolución de la pandemia hasta las políticas de los gobiernos. Pero la teoría académica y las experiencias pasadas aconsejan ir tomando nota: el dinero rentará más, el empleo crecerá menos y las hipotecas serán más caras. Solo falta que Lagarde decida apretar el botón.

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