04 Mar La batalla de Chiclana. conocida como batalla de Barrosa por los ingleses y los franceses
fue una batalla de la guerra de la Independencia Española que se libró el 5 de marzo de 1811 cerca de Cádiz, cuando las tropas francesas intentaban poner fin al Sitio de Cádiz
En términos militares, fue una victoria para las tropas aliadas anglo-portuguesas, las cuales, numéricamente superiores, derrotaron a dos divisiones francesas. Sin embargo, esta victoria apenas tuvo un efecto estratégico en el conjunto de la contienda, pues no logró su objetivo de poner fin al sitio de Cádiz.
La reducción en el número de las tropas que asediaban la ciudad dio la ocasión a la guarnición anglo-española de levantar el asedio. A tal fin se embarcó una gran fuerza aliada desde Cádiz a Tarifa y de allí hacia el norte para atacar las líneas francesas por la retaguardia, pero los franceses, bajo el mando del mariscal Víctor, conocieron las maniobras de los aliados y prepararon una trampa. Una división francesa bloqueó la ruta hacia Cádiz mientras las otras dos divisiones del mariscal Víctor cayeron sobre la división británica al mando de sir Thomas Graham. Tras una cruenta batalla en dos frentes, la división británica venció a las fuerzas francesas atacantes. Sin embargo, la falta de apoyo del contingente español evitó una victoria absoluta y los franceses se reagruparon y volvieron a ocupar sus posiciones en el asedio, por lo que los aliados no consiguieron su objetivo e incluso Víctor la consideró una victoria francesa, dado que el asedio de Cádiz continuó hasta el 24 de agosto de 1812
Desde enero de 1810, Cádiz, el mayor puerto aliado de España y sede del gobierno español, había estado bajo el asedio del I Cuerpo de ejército del mariscal Soult, que estaba bajo el mando del mariscal Víctor. Aunque inicialmente estaba guarnecida por solo cuatro batallones de voluntarios y reclutas, la decisión del duque de Albuquerque de posponer las órdenes de la Junta Suprema Central de atacar a las fuerzas de Víctor, muy superiores en número, permitió reforzar la ciudad con 10 000 hombres. Un refuerzo adicional de 3000 españoles completó las defensas de la ciudad.
La junta, expuesta a la violencia popular, fue obligada a dimitir, y se estableció una regencia de cinco personas para gobernar en su lugar. Este consejo de regencia, reconociendo que España sólo podría salvarse con la ayuda de sus aliados británicos, pidió refuerzos a Wellington, y a mediados de febrero de 1810 cinco batallones anglo-portugueses desembarcaron en Cádiz, elevando el número de tropas defensoras hasta 17 000 hombres, lo que hacía inexpugnable la ciudad. Aunque el asedio tenía inmovilizada a esta cantidad de soldados, Wellington lo aceptó como parte de su estrategia, ya que en el bando francés había una cantidad similar de tropas en la misma situación. En enero de 1811 el mariscal Soult ordenó a Víctor enviar casi la tercera parte de sus fuerzas en apoyo del asalto a Badajoz, dejando solo 15 000 hombres sitiando Cádiz. Con esta cantidad de soldados Víctor tenía pocas posibilidades de progresar en su ataque contra la ciudad, pero no podía retirarse, ya que en caso de levantar el asedio, la guarnición de Cádiz sería capaz de tomar toda Andalucía.
Los aliados vieron en la reducción de las fuerzas sitiadoras la posibilidad tanto de entablar combate con el mariscal Victor en campo abierto como de liberar Cádiz del asedio. A este fin, se enviaron tropas aliadas por mar desde Cádiz a Tarifa con la intención de marchar hacia el norte para alcanzar a la retaguardia francesa. Desde el momento de la salida de Tarifa, el mando de las tropas, compuestas por unos 8000 soldados españoles y 4000 británicos, fue encargado al general español Manuel Lapeña, tachado habitualmente de incompetente. Estaba planeado que el general José Pascual de Zayas y Chacón dirigiría una fuerza de 4000 españoles en una salida desde Cádiz, a través de un pontón desde la isla de León (actual San Fernando) coincidiendo con la llegada de la fuerza principal de Lapeña.
El contingente anglo-portugués, comandado por el teniente general sir Thomas Graham, zarpó de Cádiz el 21 de febrero de 1811. Debido al mal tiempo, las fuerzas de Graham fueron incapaces de tocar tierra en Tarifa y siguieron hasta Algeciras, donde desembarcaron el 23 de febrero. Tras unirse a un batallón del coronel Browne, marcharon hacia Tarifa el 24 de febrero, donde recibieron el refuerzo de las tropas allí guarnecidas. El día 27 se unieron con las tropas de Lapeña, que habían salido por mar tres días después de Graham, y a pesar de haber sufrido el mismo mal tiempo, sí consiguieron desembarcar en Tarifa. La vanguardia de este ejército se encomendó a José de Lardizábal, el centro al príncipe de Anglona, Thomas Graham quedó encargado de la reserva y el mariscal de campo Santiago Whittingham al mando de la caballería.
En la mañana del 6 de marzo Graham, furioso con Lapeña por su falta de apoyo, recogió a sus heridos y marchó hacia Cádiz. Parece posible afirmar que si las fuerzas aliadas hubieran acosado a las francesas tras la batalla, o al día siguiente, el asedio de Cádiz habría podido ser levantado. Aunque Victor consiguió reagrupar su ejército, el pánico estaba generalizado en sus líneas. Victor había planeado contener cualquier avance aliado solo el tiempo suficiente como para destruir las fortificaciones asediadoras, evitando que cayeran en manos enemigas; pero era tal el desconcierto entre los franceses que, aunque los aliados no avanzaban, destruyeron una de sus baterías de artillería sin haber recibido la señal.
Lapeña insistió en desoír los planes de Graham y Keats para avanzar contra los franceses en Chiclana, e incluso se negó a enviar jinetes exploradores para ver lo que hacía Victor. Después de permanecer en sus atrincheramientos durante la batalla, los españoles volvieron a la isla de León el 7 de marzo de 1811, dejando solo las fuerzas irregulares de Begines tras ellos. Estos aseguraron efímeramente Medina Sidonia y pronto regresaron a las montañas de Ronda. El 8 de marzo, Victor había vuelto a ocupar todas sus posiciones originales, y el asedio a Cádiz seguía como al principio
La derrota francesa dio un empuje a la moral de los españoles, a pesar de su escasa participación en el combate. Tras la batalla, Lapeña tuvo que rendir cuentas por negarse a perseguir la retirada de las fuerzas francesas ante el Consejo de Regencia, el cual le ordenó que entregara su mando al general Zayas. Las críticas de Graham hacia sus aliados españoles
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