04 Nov Biogás: residuos orgánicos que pueden calentar tu casa y propulsar tu coche
La tecnología permite convertir distintos tipos de restos biológicos en esta fuente de energía renovable, que el Gobierno quiere potenciar en los próximos años
Si parásemos a alguien al azar por la calle y le preguntáramos qué uso se le puede dar a los desechos orgánicos del campo, la mayor parte de los encuestados hablarían del abono para fertilizar las tierras de cultivo. Y estarían en lo cierto. Sin embargo, los residuos agroganaderos o los restos orgánicos de la basura urbana, pueden tener otro uso muy relevante.
Sometidos a un proceso de transformación química basado en la degradación de la materia orgánica, esos residuos pueden convertirse en un gas renovable capaz de sustituir al gas natural en la calefacción de tu casa. Sí, una alternativa al gas natural que podría reducir la dependencia española y europea en un momento en el que preocupa especialmente su abastecimiento debido al deterioro de las relaciones entre la UE y Rusia, su principal suministrador.
Conocida como biometano, la versión depurada del biogás se puede inyectarse en la red gasista para generar calor en calderas, ya sean domésticas o industriales, o electricidad en motores y turbinas. Además, este gas renovable puede usarse como materia prima para la síntesis de compuestos químicos o para fabricar biocombustibles de baja o nula huella de carbono, que pueden propulsar tu coche, reduciendo las emisiones de CO2 a la atmósfera.
De hecho, la Asociación Europea del Biogás estima que la producción de biometano en Europa podría pasar de representar el 4% del consumo total de gas actual a alcanzar el 38% en 2050, siempre que se aumente decididamente su producción y la demanda permanezca estable.
DE RESIDUOS A BIOGÁS
¿Pero cómo se convierten los residuos orgánicos en un gas con tantas aplicaciones? Pues gracias a un proceso biológico de descomposición de esos residuos en ausencia de oxígeno, denominado digestión anaerobia. “Los residuos se digieren, generando una mezcla de gases denominada biogás, que contiene principalmente metano y dióxido de carbono, además de otros gases en menores cantidades”, explica Raquel Lebrero, profesora de Ingeniería Química y Tecnología del Medio Ambiente en la Universidad de Valladolid, que ha trabajado en numerosos proyectos de investigación relacionados con el biogás.
“Es precisamente su contenido en metano (entre un 35-65%) lo que lo hace adecuado para la generación de electricidad y calor, uso en celdas de combustible, para su inyección en la red de gas natural o como combustible para automóvil”, argumenta esta experta, que aclara cómo es necesario “un proceso de limpieza conocido como upgrading para eliminar los gases contaminantes que acompañan el metano” y “obtener un biometano con características similares al gas natural”.
Lo cierto es que el biogás puede ser una pieza clave en la transición ecológica española y la reducción de nuestra dependencia energética, aunque para ello sería necesaria una apuesta mucho más decidida por esta fuente de energía. “El número de plantas de producción de biogás es muy inferior al que debería haber en relación con la disponibilidad de residuos que existen en nuestro país”, asegura Vicente Bernal, investigador especializado en biotecnología de Repsol Technology Lab. Y prosigue: “Hay numerosos estudios que cuantifican el potencial de producción de biogás en nuestro país en función de la disponibilidad de residuos y nos colocan en los primeros puestos del ranking europeo”.
Sin embargo, la realidad dista mucho de ese potencial y del nivel de desarrollo y madurez tecnológica que ha alcanzado esta industria en las grandes potencias europeas en la producción de biogás, como Alemania, Francia, Italia o Suecia. “Su uso para generar electricidad y calor industrial es el más habitual hoy en día en España”, expone Lebrero, que recurre a cifras del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) para describir la dotación española en este terreno: “De las 146 plantas operativas, 46 están asociadas a vertederos, 34 a estaciones de depuración de aguas residuales, 13 al sector agropecuario, siete al sector del papel y el resto al sector químico, el alimentario y otros”, enumera. A día de hoy, solo cinco instalaciones convierten el biogás en biometano y lo inyectan a la red.
Lo cierto es que esas 146 plantas de biogás actuales podrían multiplicarse hasta alcanzar las 2.000 si se aplicaran medidas que favorecieran la expansión. “Lo que hace falta en nuestro país son inversiones, y para que haya más inversiones son necesarios mayores incentivos desde la administración”, subraya Bernal. Un impulso que sí ha habido en los países mencionados ya sea a través de subvenciones a la construcción de las plantas o con ayudas directas a la producción. “En España este tipo de ayudas han sido mucho más limitadas hasta ahora”, lamenta Bernal.
LA ‘HOJA DE RUTA DEL BIOGÁS’
No obstante, la situación ha empezado a cambiar. En el último año, el Gobierno ha anunciado una propuesta para financiar proyectos singulares de instalaciones de biogás que realizan un aprovechamiento energético de los residuos orgánicos. Se trata de la Hoja de ruta del biogás, cuyo objetivo principal es que la producción de este combustible se multiplique por cuatro de aquí a 2030. Principalmente, a través de ayudas como los 150 millones de euros que el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) ha convocado tanto para entidades públicas como privadas.
Una de las características que se han tenido en cuenta a la hora de hacer el reparto de esas ayudas es que los proyectos tuvieran un impacto positivo en las llamadas Zonas de Transición Justa. O lo que es lo mismo, regiones del entorno rural para las que industrias como la del biogás podrían desencadenar una reactivación económica y cierta recuperación del éxodo demográfico que han sufrido en las últimas décadas.
“El biogás supone una gran oportunidad para la transición energética de la España rural”, sostiene Lebrero. “La valorización de estos residuos en la producción de biogás permitiría a las explotaciones agrícolas y ganaderas el autoabastecimiento, empleando una fuente de energía renovable y disminuyendo así su dependencia de otras fuentes de energía, con el consiguiente ahorro”, añade.
En todo caso, los ciudadanos tienen un papel importante en el despegue de esta fuente de energía en nuestro país. Su colaboración es fundamental en la recogida efectiva de los residuos que pueden convertirse en biogás y fertilizantes. Aquellos para los que se ha creado el llamado contenedor marrón, reservado para reciclar material biodegradable. Por ejemplo, restos de alimentos como pieles de frutas, restos de verduras, espinas de pescado, plantas, cáscaras de huevo, posos de café o, incluso, celulosa.
Un contenedor que no se debe confundir con el gris y que, pese a ser un elemento clave en la economía circular del biogás, está aún poco implantado en nuestro país. Apenas cuenta con presencia en comunidades como País Vasco, Navarra, Cataluña o Madrid pero, como apunta Vicente Bernal, “la legislación europea va a hacer que sea obligatorio en todas las ciudades”. Una vez más, las ayudas de las Administraciones serían clave para universalizar la presencia de este contenedor marrón y promover campañas educativas que enseñen a diferenciarlo del gris.
La educación conseguiría, entre otras muchas cosas, que si parásemos a alguien al azar por la calle y le preguntáramos qué uso se le puede dar a los desechos orgánicos del campo, no nos hablara sólo de abono, sino también de calentar los hogares, de propulsar el motor de los coches y hasta de generar electricidad. Todo ello, reduciendo nuestras emisiones de CO2 y la dependencia energética de España.
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